Nos ha sorprendido de repente y sin aviso esta situación en la que nos encontramos, aunque nunca pensé que tras lo sucedido en China y en Italia iba a llegar tan cerquita de mi. En este mundo en el que hay tantos sistemas de comunicación, estamos ya un poco anestesiados. Acostumbrados a escuchar malas noticias seguimos con nuestras vidas casi sin reaccionar. Solo cuando sucede algo como lo que nos está pasando (El virus COBID-19) nos damos cuenta de que no hay tanta diferencia entre unos países y otros. Vivimos en un mundo globalizado, los planteamientos generales en cuanto a la forma de vivir, de entender el mundo que nos rodea o cómo nos relacionamos unos con otros no son tan diferentes, por eso cada vez son más similares los acontecimientos y los problemas en diferentes lugares del mundo.
La naturaleza tiene sus ciclos, invierno, primavera… Momentos de vuelta sobre sí y momentos de expansión y desarrollo. Desde que perdimos el contacto con la naturaleza creemos que podemos estar siempre en un constante crecimiento y desarrollo. Pero de pronto surge la necesidad de parar, de quedarnos en nuestras casas, de volver a convivir con los familiares y “tener tiempo libre”.
Viejas enseñanzas filosóficas afirman que lo que nos sucede es por necesidad y en base a una finalidad. Pero en el mundo tecnificado que vivimos no hay lugar para “viejas filosofías”. Sin embargo, aunque en general queramos llenar nuestro tiempo libre con muchas tareas, en el fondo de cada uno hay una parte que se pregunta, que quiere saber ¿Por qué? No solo saber lo que está pasando sino la causa, el motivo más profundo.
Se habla mucho de que no es momento de confrontación, de que son momentos para unirnos, a todos nos afecta este virus en mayor o menor medida.
Por otro lado, ante una crisis como la que estamos viviendo, ya no importa tanto hablar y especular, sino encontrar soluciones, es el tiempo de la eficacia.
Si es cierto que todo esto tiene un sentido, ¿no será que lo que necesitábamos era sentirnos parte de algo más grande? ¿Sentir que como Seres Humanos estamos juntos en esta tarea que es Vivir y que nos estábamos distanciando unos de otros? De pronto nos solidarizamos con la gente que sufre, con el vecino que como cada uno de nosotros, siente que su vida ha cambiado, y está la incertidumbre de no saber lo que sucederá cuando todo esto acabe. En definitiva, el protagonista siempre es el miedo.
Tras cada portal, tras cada balcón, tras cada mascarilla, hay otro ser que sufre. Unos hacen chistes, otros protestan, otros sufren en primera línea de batalla la tragedia y la impotencia ante la enfermedad y la muerte. Todos nos sentimos vulnerables. Lo que hace unos días era lo más importante, la rutina y el trabajo, pasa a segundo plano.
De pronto empiezan a caer las máscaras, justamente ahora que vemos tantas mascarillas, también observamos que aflora lo que somos, de una manera más clara y evidente. Se destapa la realidad de lo que albergamos, o el egoísmo más brutal o el altruismo y la humanidad.
Pero la naturaleza una vez más es Maestra de Vida. Cuando viene un vendaval los árboles de fuertes raíces sobreviven. Cuando todo alrededor se tambalea sólo lo auténtico, lo que tiene cimientos sólidos resistirá. En las relaciones humanas, la convivencia forzada pone a prueba la solidez de los sentimientos.
La naturaleza se renueva, pero su impulso parte de la madurez y la introspección del invierno. Quizá sea momento para volvernos todos un poco filósofos y reflexionemos juntos sobre nuestras fortalezas que son las que nos van a mantener firmes en esta tormenta.
Quizá nuestra mayor fortaleza en estos momentos sea: Pensar en el bien común. ¿Qué podemos hacer cada uno de nosotros para superar esta situación que a todos nos afecta?
Tratar de aprender a dejar los egoísmos, aunque veo es muy difícil, oh ala de verdad llegara un nuevo orden mundial pero en relación a los afectos, la convivencia el amor por los animales, por las plantas por el prójimo, por la naturaleza, por dejar las cosas limpias como las encontramos, dejar de ser indolentes ante el dolor ajeno, ante el dolor de los pobres animalitos abandonados, pero dejarlos de verdad. Y que hayamos aprendido la lección que nos presento la vida, y como dice la melodía cuando nos volvamos a juntar seamos mejores personas.
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